Ciudad de México, 26 de julio de 2022 (Agencias).- Un equipo arqueológico del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) registra un segmento de aproximadamente 20 metros de longitud de un muro novohispano, posiblemente del siglo XVIII, en el arroyo vial de la calle Ignacio Comonfort, una de las más transitadas del populoso barrio de La Lagunilla, en el Centro Histórico de Ciudad de México.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del INAH, registró el descubrimiento de dicho elemento arquitectónico, que se halló en buen estado de preservación durante la supervisión que se realiza en este polígono de alto potencial arqueológico e histórico debido al desarrollo de obras de infraestructura pública.
Desde hace más de un mes, un equipo de arqueólogos sigue los trabajos de las cuadrillas de la Secretaría de Obras y Servicios y del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex), para la renovación de pavimentos, rehabilitación de alumbrado público y sustitución de drenaje, entre otros servicios.
El coordinador del salvamento arqueológico, Juan Carlos Equihua Manrique, explica que las tareas de sustitución de drenaje han permitido bajar a 2.50 metros de la superficie y encontrar contextos arqueológicos más antiguos y sin perturbaciones, tal como sucedió con este muro colonial localizado en la inmediaciones del Centro Social y Deportivo Guelatao.
La prolongada pared, detalla, se detectó a 60 centímetros de la superficie y mantiene poco más de un metro de altura; se salvó de la destrucción gracias a los durmientes del tranvía que cruzó por la vialidad, de finales del siglo XIX a inicios de la década de 1970, lo que impidió que otras obras afectaran el subsuelo.
“Mediante una excavación extensiva hemos liberado aproximadamente 20 metros de longitud de un muro exterior, que corre de norte a sur, el cual, por sus características constructivas, podría datar del siglo XVIII. Tiene calzas de 50 centímetros que lo refuerzan y está hecho a base de piedras de tezontle y basalto pegadas con barro, mientras que los vanos y los tres accesos que se distribuyen a lo largo de él son de cantera.
“Tenemos remanentes del acabado del muro en el lado sur: un estuco de cal y arena, y también registramos restos del piso, porque esta pared debió contar con una buena cimentación debido a la inestabilidad del terreno. Recordemos que nos encontramos en una sección de la parcialidad Cuepopan, asentada en un suelo fangoso de México-Tenochtitlan, por eso –ya para la época colonial– sería nombrada: La Lagunilla”.
Dada su experiencia, sobre todo en esta zona de frontera entre las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco, Equihua Manrique reconoce que estos proyectos de investigación se limitan a las áreas impactadas por las obras de infraestructura, por lo que será difícil conocer los límites reales del muro, así como de otro que podría corresponder al siglo XIX, localizado al norte de la excavación y del que se liberaron 4 metros.
Asociar el muro del siglo XVIII a una construcción específica y determinar la posible función del inmueble al que estuvo asociado serán aspectos a resolver; de ahí que la documentación histórica y el propio entorno del hallazgo, donde destaca la Parroquia de Santa Catarina, una de las más antiguas de México, pueden dar importantes pistas.
“Esta zona siempre estuvo habitada. En los alrededores de la iglesia –con antecedentes desde el siglo XVI– debieron construirse viviendas, hospitales y colegios. En ese sentido, en la fase de gabinete del proyecto esperamos definir si el muro que localizamos perteneció a un espacio residencial o a uno de carácter civil”, señala el jefe de campo.
Durante los próximos cinco meses, el equipo arqueológico, integrado además por Claudia Nicolás Careta, Norma Edith Aguirre Lemus, Ariadna Valencia Torres y Tulio Hernández Cordero, continuará supervisando la intervención que se realiza en un área de 6,550 metros cuadrados, limitada por la calle República de Honduras y el Eje 1 Norte.
Claudia Nicolás Careta, quien analiza los materiales recuperados por la excavación, indica que muchos corresponden a los últimos periodos de Tenochtitlan y a la fase de transición a la ciudad virreinal. Los más abundantes son los recipientes y figurillas cerámicas, pero también hay lítica, como navajillas de obsidiana, clavos constructivos y manos de metate; hueso humano y animal, trabajado en forma de omechicahuaztli (instrumento musical).
La arqueóloga anota que debajo de uno de los accesos del muro colonial se registró una serie de cajetes de soporte trípode en forma plana, del tipo Azteca IV (1507-1519 d.C.) y colonial temprano (1521-1630 d.C.) pero, por el momento, no puede afirmarse que hayan formado parte de una ofrenda.
Finalmente, Juan Carlos Equihua Manrique considera que debido al buen estado de conservación del muro novohispano, será preservado en su perímetro con la colocación de una malla de geotextil, sobre el cual se dispondrán capas de grava y tepetate.
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